sábado, 23 de febrero de 2013

Arroyo



Estoy aquí, frente de ti
siento que con tus aguas tratas de hablarme,
pero temo escuchar tus palabras
mis pensamientos me aturden, me pierden, me marean.
Siento la caricia del viento
una brisa de verano que susurra esperanzas,
me dice que estoy a tiempo de volar.
Y vuelo lejos, muy lejos
donde no hay tiempo, ni miedos
donde puedo reír sin herir
y llorar sin morir.
Viajo lejos, muy lejos
a un mundo que no existe,
una ciudad donde no habitan fantasmas.
Las olas golpean la barranca,
mojan mis pies
me devuelven al mundo terrenal.
Te siento,
tus aguas invaden mis pensamientos
en busca de calma.
Pero es tarde, me despido
te dejo mis lágrimas
para que las lleves lejos de aquí.

 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Rosa silvestre

Lucía era fotógrafa, viajaba con por el mundo tratando de capturar momentos, instantes. Las fotos eran su refugio, la cámara su escudo, detrás de ella podía resguardarse y observar la vida: las tristezas y las alegrías de otros. Pero en realidad había escogido la soledad.
Años atrás había estado a punto de casarse con el hombre perfecto para su corazón. Se llamaba Héctor y era jardinero, amaba a las plantas pero el destino se interpuso y en una trágica madrugada le arrebato sus sueños. Desde la muerte de Héctor nadie más había hecho vibrar su corazón.
Su ilusión, volverse a enamorar. Su realidad, una inmensa soledad.
Vivía sola, ni mascotas ni plantas (por alguna extraña razón siempre morían). Sus vecinos Julio y Eduardo eran sus mejores amigos, sus confidentes. Pero ni siquiera ellos sabían de la rosa de los domingos.
Cada domingo a la mañana, al abrir la ventana de su dormitorio se encontraba con una rosa silvestre.  No podía imaginar cómo llegaba la flor a su  ventana. Ya que vivía en un décimo piso y no es muy sencillo escalar las paredes sin ayuda de cuerdas o andamios.
Pero todos los domingos le obsequiaban una perfumada rosa. ¿Quién podría ser? No había un hombre que se fijará en ella, o quizás no sabía leer las señales…
Pero igual era extraño, cada domingo una rosa. Cada domingo un misterio…
Por la calle caminando, mirando, escudriñando a los hombres. Pensando ¿quién? ¿cómo? ¿por qué? ¿desde cuándo?
Una noche estrellada, confesó sus incertidumbres a la Luna. Esperando que ella le ayude, pero la noche le respondió con una estrella fugaz. Aunque no supo si pedirle un deseo o tomarla como una señal…
El sábado siguiente se armó de valor, cargo la batería de la cámara de video y decidió esperar. El domingo se encontró con una hermosa rosa perfumada y la video sin batería. En las imágines  no había hombres, ni andamios, ni cuerdas. No había nada, salvo un par de aves que trinaban.
Otra semana de incertidumbres, de dudas, de esperanza de ilusiones ¿quién? ¿cómo? ¿por qué?
Llegó el verano, el calor, las noches estrelladas y el ansia del amor. Pero esa rosa semanal la llenaba de esperanzas, de ilusiones…
Un amanecer, un domingo con su amanecer de trasnochado sábado recibió la respuesta a sus plegarias; supo quién era su romeo enamorado, su misterioso y secreto admirador.
Estaba sentada en su sillón, meditando sobre los misterios del amor, acariciando la foto de aquel a quién nunca pudo olvidar. De pronto, unos aleteos sobresaltan su corazón. Un trino, fuerte pero que seductoramente llevaba paz a sus latidos, endulzó poco a poco sus oídos. Cuando abrió los ojos se encontró con una hermosa rosa color carmín sobre su regazo, y un pájaro que nunca había visto en ninguno de sus viajes la observaba. Al pasar volando a su lado rosó con sus alas sus cabellos, y al voltearse Lucía para verlo salir por la ventana, ahogó un grito de sorpresa al ver en el reflejo de la ventana el rostro de Héctor que partía hacia el oriente en busca del sol…

Euclides...


Ayer te vi, por primera vez fuera de mis sueños. Es que estoy segura de conocerte de mis sueños, dado que nunca en la tierra nos habíamos cruzado.
Sin embargo te conozco, conozco tu sonrisa y la comisura de tus labios, el brillo pícaro de tus ojos al descubrir como un niño el misterio del mar. Me hechiza tu risa, que suena a campanas y esa forma franca de ser.
Guau! No sé de dónde te conozco, pero sé que te he visto… puedo descubrir en un instante que te hace feliz, aquello que te sorprende…
No creo en otras vidas, supongo que porque no las recuerdo. Pero a ti te conozco, aunque jamás te haya cruzado en mi vida…
No creo en el amor, esos cuentos no son para mí…
Así que sigo preguntándome de dónde te conozco y por qué me hechiza tu sonrisa y me hipnotizan tus ojos color ámbar
Como debo darte un nombre, te llamarás Euclides…
No importa tu nombre real, para mi serás eternamente Euclides… aunque en mi teléfono figure otro nombre, otra edad y otra realidad.
 
Euclides, esta historia muere aquí. Igual que las campanas que anuncian a los vientos las noticias, este escrito anunciará que nos reencontramos; pero al finalizar de leerlo ya nos habremos olvidado…